La dignidad de la Palabra de Dios requiere que en la Iglesia haya un lugar apropiado donde proclamarla y hacia el cual converja, espontáneamente, la atención de los fieles.
Conviene que, de ordinario, sea un ambón fijo y no un simple atril móvil. Desde el se proclaman las lecturas, los salmos responsoriales y el solemne anuncio pascual; la homilía y la oración universal u oración de los fieles.
El ambón tiene sus orígenes en los tiempos de Esdras, el que para proclamar la Torá (Ley) se subía a una tarima alta, a fin de ser visto y oído por todos.
San Agustín dice que “así como no se deja caer una sola partícula del Cuerpo de Cristo, tampoco se debe dejar caer una sola letra de la Palabra del Señor”.
El Altar es la mesa de la Eucaristía; el ambón, la mesa de la Palabra. Por ello, ambos deben tener similitud. Junto con la sede, son los tres lugares teofánicos de la liturgia: Dios se revela como Sacerdote en el Altar, como Profeta en el ambón y como Rey en la sede.
En nuestra Parroquia, al igual que en muchas otras, está el púlpito; lugar en el que antiguamente se predicaba. Cabe no confundir con el ambón; en este se lee la palabra de Dios y en aquel, el Sacerdote promueve su reflexión.